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1 de Julio - Simeón el Loco

Simeón el Loco (también conocido como Aba Simeón, o Simeón de Edesa o Emesa) fue un monje, eremita y santo cristiano del siglo VI que murió aproximadamente durante el año 570. Está considerado el patrón de los santos locos y de los titiriteros.

Simeón era de origen sirio. Nació en Edesa, donde vivió soltero, acompañado de su anciana madre. A los treinta años, acompañado por su amigo Juan de Edesa, Simeón hizo los votos monásticos en el monasterio del abad Gerásimo. ​Simeón y Juan estuvieron durante veintinueve años dedicados al ascetismo y a la meditación en las proximidades del mar Muerto.4​Posteriormente Simeón dijo que Dios le había pedido que abandonara su vida retirada en el desierto y que se trasladara a la ciudad de Homs, donde se dedicó a la caridad y a hacer obras piadosas. ​Su comportamiento no era nada convencional, por ejemplo entraba en la ciudad arrastrando un perro muerto, o una vez apagó las lámparas del templo y le lanzó nueces a las mujeres; con estas extravagancias llevó a muchos al arrepentimiento, salvando sus almas del pecado, aunque muchos también le insultaban por ello e incluso llegaban a castigarle físicamente, lo cual él soportaba con paciencia. Sanaba enfermos y expulsaba demonios con sus oraciones, predicaba el Evangelio, alimentaba al hambriento y ayudaba a muchas personas, aunque muchas de sus buenas obras eran hechas en secreto.
 


Reza el refrán castellano que "cada maestrillo tiene su librillo" refiriéndose a los modos diversísimos de enseñar a los demás lo que cada uno sabe. Luego, la ciencia pedagógica se encarga de proponer a los pedagogos la mejor manera de transmitir el saber en cada una de las materias, dictando normas y diciendo lo que se puede y lo que no se puede hacer para conseguir que los alumnos aprendan más y los maestros desperdicien menos su energía y su tiempo. Incluso se necesitan títulos, diplomas, cursos bien aprovechados, conocimientos de técnicas para programar, concretar objetivos, distribuir por tiempos y evaluar los resultados para llegar a ser un excelente maestro e incluso conseguir un puesto de trabajo. Así hemos complicado las cosas hoy. Simeón, como vamos a ver, rompió los esquemas de la pedagogía de todos los tiempos. Se le cataloga como anacoreta y lo que cabe esperarse de tal sujeto es el retiro en el desierto, la vida de oración y la ascesis de la penitencia; con todo ello, el solitario da testimonio y buen ejemplo que estimula al resto de los mortales creyentes a ser menos egoísta, más piadoso y también mejor dispuesto a hacer el bien al prójimo con quien convive. De esta manera vivió treinta años Simeón, pero se salió de anacoreta y se convirtió voluntariamente en Loco.

Pasados treinta años de soledad, oración y penitencia decide dejar el retiro para convertirse en su pueblo en el estrafalario loco que entre risas, chanzas, lloros, brincos, gritos, gracias, amenazas, consejos, chistes, conducta de lunático y actitudes de escándalo para los buenos, acaba siendo la conciencia moral del pueblo. Y es que Simeón no quiso ser un santo de cliché, ni de esquema. Ni siquiera quiso enseñar el Evangelio como mandan los cánones; tuvo su estilo y, poniéndolo en práctica, consiguió, siendo Loco, hablar del Reino. No es la leyenda, la imaginación o la fábula la que nos presenta su imagen; es un personaje bien definido en la época, en la geografía y en el modo razonado de actuar del modo menos razonable que se pueda pensar; veinte años después de muerto, el obispo de Chipre, Leoncio, escribió su vida y milagros bien probados que le contó el diácono Juan, de Emesa, entre Damasco y Antioquía, que supo ver con los años la santidad de este Simeón Salos -así dice loco en sirio- que se propuso jugar con el mundo y reírse de él.

Comenzó su hazaña en la Edesa que le vió nacer en otro tiempo, arrastrando a un perro muerto que encontró en el basurero próximo, atándole una pata al ceñidor de esparto de su hábito, corriendo y gritando por el pueblo y llevando tras de sí una bulliciosa nube de chiquillos que gritaban al unísono entre risas y burlas persiguiendo al monje que se comportaba de tal guisa y que extrañó tanto a los serios del pueblo. El primer domingo no hace otra cosa que tirar nueces a las velas del altar con el acierto de apagarlas, y cuando se indignaron el presbítero y sus feligreses, se subió al púlpito y tiró las que le quedaban a las mujeres piadosas del templo. Volcó las mesas de los vendedores de bollos y repostería para la ofrenda del culto, consiguiendo una buena paliza. Contratado para vender verduras por un tabernero, repartió entre los pobres la mercancía y dijo al de los vinos que "le había encargado a Dios le guardara su dinero"; reñía entre seriedad y risas a los borrachos diciéndoles que arruinaban su vida, mientras él bebía un vaso de buen vino; los clientes ríen sus ocurrencias y se preocupan con sus ridículas máximas de chiflado por lo que el negocio no le disminuye al tabernero; pensando los dueños que quizá no estuviera tan loco el Loco abad, decidió Simeón inventar otra locura que le evitara una posible racha buena: estando dormida la dueña, entra en su habitación, comienza a desnudarse, grita la señora y rueda las escaleras hasta la calle por los mamporros que le propina el tabernero. Vive en una cueva, la suciedad y el desaliño son ahora su propiedad, pero pasea por el pueblo adornado con ramas de palmera en la cabeza y colgantes de uvas y de ajos; así va a la plaza del pueblo predicando conversión; el Loco, entre risas y saltos, se retuerce como un reptil por el suelo, con los puños cerrados amenaza destrucción, para la gente es un cínico y lunático, simple, loco o brujo. Para que no quepa ninguna duda de su maldad, a las mozas peligrosas por su belleza las deja con los ojos estrábicos, aunque las vuelve guapas de nuevo si dejan que les bese los ojos tuertos, permitiendo se les aproxime con su rala y sucia barba. No se sabe cómo, pero no le faltan cinco sueldos para organizar mesa y comida para pobres en la plaza del pueblo; si alguien pensó que eso era cosas de buenos, pregunta a las de vida alegre si aceptan su amistad y así se ve que es para vicio su dinero (quizá quepa reseñar que algunas de ellas terminaron en convento). Como dijeron que no probaba bocado en la Cuaresma, apareció a la salida de la Iglesia un Jueves Santo devorando -que no comiendo- medio cordero. Busca ocasiones de infamia, aceptando la calumnia de una criada joven embarazada de ser el padre de lo que lleva en su seno; a la hora del parto confesó la pobrecilla a su señora la mentira, descubriendo la estrategia del Loco que la cuidó con esmero todo el tiempo del embarazo, como si verdad hubiera sido su aserto.

¿Por qué el santo decidió ser Salos dejando de ser cuerdo? Cuando era anacoreta, se acostumbró a la pobreza, no le costaba ser casto, le importaba poco la soledad, no le escocía la falta de sueño, el trabajo era normal, comer yerbas cocidas no tenía más interés, el calor, el frío y la penitencia dura no le metían en el lecho. Todo era poco por Cristo; Él merecía más de eso. Pero la soberbia, el amor propio, el orgullo, la fama era otro cuento; que le dijeran "santo" le daba gozo y que le llamaran "penitente observante" le traía consuelo; sí, de novicio, de profeso, de asceta consagrado... siempre tenía serpeando la soberbia enredada en su cuerpo. Amando a Dios tanto, pensó que era preciso reírse de sí, del mundo y llegar al desprecio. La locura era buen recurso para limpiar el desierto del orgullo que bajo capa de santo se puede encerrar en el anacoreta de su tiempo, porque parecía intentar batir récords de hambres y querer superar marcas de penitencias anteriores. Para hacer el bien, sin peligro de que le llamaran "bueno", la locura fue el remedio cierto; así podía aparecer como frívolo, malo, juerguista, pecador, tonto, necio, loco.

Si, además, a Dios le gustó el trabajo de su bufón risueño, profeta, taumaturgo, excéntrico escandaloso, payaso que rompía el envaramiento tieso de los creyentes premiándolo con milagros.

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